Cuidando mi pueblo como mi casa

Por: Johamiliz Medina Nieves

En el año 1980 el Gobierno de Puerto Rico anunció su decisión de abrir en el centro montañoso del país la minería cielo abierto, para extraer el cobre y otros minerales preciosos, dándoles contratos a dos empresas multinacionales de los Estados Unidos. La minería al parecer prometía generar empleos y mejorar la economía del país. A pesar de los riesgos del ambiente, hubo poca oposición debido a la ignorancia y el temor de las represalias. El grupo que hizo Casa Pueblo lo unía una visión compartida de una comunidad resistente, pero a la vez flexible. Así nace Casa Pueblo. Esta gran lucha es comenzada por el ingeniero Alexis Masol y su esposa la profesora Tinti Deyá, junto a un grupo de ciudadanos adjunteños y entre ellos la profesora Lourdes Torres Camacho.

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Ella decidió participar ya que sentía un gran compromiso con el ambiente y el bienestar social para futuras generaciones. Ella se unió al grupo por el amor que siente por su patria e imaginar que nuestra belleza natural iba a ser destruida. El pequeño grupo era vigilado disimuladamente ya que el mismo se incorporó a la lucha para sacar la marina de Vieques. Para esa misma fecha hicieron una presentación fotográfica sobre el asesinato del señor Ángel Rodríguez, que mientras se encontraba en una cárcel federal, hicieron creer que se había suicidado. Los que vieron las fotos que se mostraron entendieron que fue un asesinato.

Esta lucha se extendió durante todos los años 80. Tuvo dos etapas: la primera, lograr que se detuviera la explotación y la segunda: mantener al grupo vigente, en pie y que tuvieran los mismos principios. Se involucraron tanto niños como jóvenes y la misma unió varios pueblos. Todas estas facetas que tuvo la lucha se han documentando. Se logró firmar un acuerdo entre la Universidad de Puerto Rico en Utuado y Casa Pueblo. Después de más de cinco años de esfuerzo la campaña concluyó con una victoria inicial. En 1986, más o menos, el gobierno anunció su decisión de no proceder con los contratos mineros, y compró de vuelta las tierras que las empresas mineras habían adquirido. A pesar de todo, las puertas seguían abiertas, y la zona seguía clasificada como minera. Para los años 90 se rumora nuevamente la explotación de la minería, pero ya Casa Pueblo estaba lista. Ya no era un pequeño grupo de individuos, tenía la fuerza de la comunidad respaldándola, y su propio flujo de ingresos de su empresa Café Madre Isla. “Fuimos la voz del pueblo, de la naturaleza y de la vida misma”, concluyó la profesora.

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